CARTA DESDE MO'OREA

Queridos mamá y papá:

Mañana regreso a casa, han terminado mis vacaciones en la Polinesia. La mayor parte del tiempo la pasé en la isla Moorea, donde me alojé en unos bungalós situados sobre la orilla. Lo hermoso que era todo aquello no puede describirse con palabras, por eso os envío una postal de lugar junto a la carta. 

El primer día, llegamos a Moorea a mediado de la tarde, después de haber realizado algunas compras en Papeete y haber cogido el Moorea Ferry para llegar hasta la isla.  Digo “Llegamos” en lugar de “Llegué” porque pese a no haberos comentado nada, no fui sola tal y como estaba planeado: Albert vino conmigo.

Lo primero que hice al llegar a nuestro Hotel estilo cabaña fue dejar las maletas dentro, arrojar el vestido sobre la cama – llevaba el bikini debajo – asomarme a la terraza, sentarme sobre el porche y mojar mis pies en el agua. No tardé en lanzarme de lleno y quedarme chapoteando en esa orillita de aguas cristalinas.

Albert sacó una mesita de madera que había en la habitación y un par de sillas a la terraza, invitando a que cuando quisiera dejar de jugar en la orilla como una cría, subiera y me sentara con él, acompañándole mientras tocaba la guitarra, con la cual habíamos cargado durante todo el viaje.


Como ya era tarde cuando llegamos, a los pocos minutos empezó a caer nuestro primer atardecer en la Polinesia, apoyé mis codos sobre la tarima de madera, aún sumergida en el agua y observé entre tanto a Albert rascando cuerdas. De vez en cuando le decía algo a media voz para que no pudiera entenderme, él paraba de tocar y me preguntaba “¿Qué?” y entonces me quedaba callada y pateaba en el agua intentando salpicar hasta donde él estaba situado. Cuando repetí la broma por cuarta o quinta vez Albert me advirtió que ya era tarde y que empezaba a hacer rasca y que si seguía en el agua iba a parecer una uva pasa, entró al Bungaló y sacó una toalla.

Salí del agua, hundí mi cara en la toalla que tenía un olor diferente – a vacaciones, un nuevo aire – y me sequé con ella. Como aún tenía el pelo chorreando agarré la sudadera de Albert, que la había dejado sobre el respaldo de una de las sillas, me la coloqué sobre el bikini, aún húmedo y me enrollé la toalla en la cabeza.
-       - Deberías verte con esas pintas.
-       - Pues tú estás increíblemente guapo con esa camiseta Hawaiana… Deberías usarlas siempre. Para ir al trabajo, para asistir a una boda, por mi cumpleaños…

Tras estas palabras Al me regaló una sonrisa que confesaba claramente mi –falta de remedio - y siguió probando acordes con la guitarra. Entré al bungaló y salí tatareando un ritmo que pegaba con lo que sonaba de la guitarra, agitando un par de copas tratando de poner cara de “¡Sopresa, adivina lo que toca ahora!” aunque de sorpresa nada, porque bien había sido él a quien se le había ocurrido la idea de las bebidas, el debió pensar lo mismo porque dejó de tocar y frunció el ceño diciéndome claramente con la mirada “A ver, sorpréndame usted” .
     - ¡Ah, si… El vino! Dije frenándome en seco y levantando el índice fingiendo que olvidaba algo.
-       - Ah, si… El vino. Susurró Albert para sí mientras fijaba de nuevo la mirada en su guitarra.
-       - ¡Te he oído, que lo sepas!
-       - ¡Qué oído más fino… Me gustaría saber cómo se te da en la guitarra!
-       - Pues genial, ¿Cómo se me iba a dar? Respondí con tono de burla. Y aunque no lo vi porque le estaba hablando a voces desde la cocina, se que Al se estaba riendo, si no por fuera… Por dentro. 
  
  Salí enseñando la botella cual artista orgullosa de mostrar su óscar por interpretación. Albert me regaló una segunda sonrisa y se quedó mirando cómo trataba de abrir la botella, sujetándola entre mis piernas.

-       - ¿Necesitas ayuda?
-       - Si, gracias…
-       - Esto no es champán, es vino… Se apoya, agarras el sacacorchos y… ¡Voilá! No hay que hacer lanzamientos ni nada.

¿Os podéis creer? No fui capaz de abrir una mísera botella. Los últimos rayos de sol rielaban en las copas que Al me había servido con delicadeza. y nos quedamos en silencio unos minutos, viendo caer la tarde sobre nosotros y oscurecerse el cielo en aquel primer viaje al extranjero juntos. Al poco rato, vimos encenderse las luces del porche del Bungaló vecino, de donde salió una pareja anciana de lo más entrañable. Miraron hacia nuestra terraza y nosotros, divertidos; saludamos con la mano, ellos respondieron y entonces Al hizo gestos para que vinieran a nuestra terraza. 



Después de todo un espectáculo de señas y risas entre las dos cabañas, accedieron a acompañarnos. Les ofrecimos nuestros asientos en la terraza, yo saqué un par de copas más para serviles nuestro vino; un Vega Silicia de 2001, Blanco. Robusto pero afrutado, con notas de nueces y de frambuesa. Escogido a dedo por mi acompañante – Les encantó. Albert tiene un gusto exquisito – mientras tanto Al sacaba un taburete por si quería sentarme, al final pasamos todos la mayor parte del tiempo en pie, hablando sobre lugares del mundo – Resultó ser que la pareja era de San Francisco, y desde jóvenes su hobby había sido viajar juntos. Nosotros en cambio era la primera vez que salíamos de España el uno con el otro.

Cuando la pareja volvió a su Bungaló, los ojos de Al brillaban muchísimo, parecía un niño; entusiasmado con la conversación que habíamos tenido con nuestros vecinos. Entonces me propuso que nuestro próximo viaje fuera a San Francisco. Que deseaba conocer el Bosque de secuoyas.

Guardamos las cosas dentro de casa, y cuando nos fuimos a la cama pasó un largo tiempo entre que nos acostamos hasta que decidimos dormirnos, conversando y planeando  ya el próximo viaje, por una milésima de segundo me vi agobiada ajustando presupuestos, fechas de vacaciones, planificando rutas… Hasta que me di cuenta de que estábamos en Moorea, de que era nuestra primera noche en nuestras primeras vacaciones y lo que tocaba ahora era disfrutar del destino que habíamos escogido.

¡Ahora tengo que ir ha hacer las maletas, pero mañana cuando regrese a España os escribo otra carta y os cuento el resto de las vacaciones! Hoy se me ha hecho tarde con tantas descripciones detalladas – Pero tenía que darlas. Esto es un sueño.

¡Un beso muy grande a los dos y un achuchón al pequeño Circo! Os quiero muchísimo. Nos vemos pronto. ¡Mañana os escribo de nuevo! 


Musa de la Glíptica
1NSC

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